80 años después de la guerra civil, los artificieros de la Guardia Civil siguen neutralizando cada año más de un millar de artefactos bélicos

Los artificieros de la Policía Nacional desactivaron un proyectil de 45 centímetros desenterrado por unas obras en un camino de la Casa de Campo de Madrid, a la que cada fin de semana acuden miles de vecinos de la capital. Por seguridad, se acordonó la zona y se desalojaron dos edificios colindantes.

No fue un hecho inusual. Solo cuatro días antes, se halló otro obús cerca de la Escuela de Arquitectura. Por la Universidad y la Casa de Campo pasó la línea del frente de la Guerra Civil, de cuyo final oficial (“cautivo y desarmado el Ejército rojo…”, comenzaba el bando del general Franco) se cumplen hoy 80 años.

Pese al tiempo transcurrido, las decenas de miles de artefactos sin explotar que tres años de conflicto bélico dejaron en herencia a las generaciones venideras no han perdido un átomo de su poder destructivo. “Si el proyectil se abre, el explosivo puede degradarse por la humedad, pero si está intacto, sigue activo indefinidamente”, advierte el teniente Salvador Serrano, del Servicio de Desactivación de Explosivos de la Guardia Civil con base en Valdemoro (Madrid).

El 2 de mayo del año pasado, un hombre de 38 años resultó gravemente herido al explosionar un proyectil que guardaba en su chalé en Arévalo (Ávila). Cuando acudió la Guardia Civil, alertada por los vecinos, se encontró un arsenal de artefactos de la Guerra Civil que había ido almacenando. En noviembre de 2014, un agricultor murió en Vila-real (Castellón) al explotar una bomba en su caseta de aperos; y en septiembre de 2013, un hombre y su hijo sufrieron heridas graves por la explosión de un artefacto en un garaje que estaban limpiando en Teruel.

Según una respuesta parlamentaria al senador de EH Bildu Jon Iñarritu, la Guardia Civil ha detonado en los últimos 33 años, desde 1985, unos 35.000 artefactos explosivos, en un 80% procedentes de la Guerra Civil.

El mapa de los hallazgos, elaborado a partir de un listado de más de 300 páginas, marca en rojo las zonas donde se libraron las grandes batallas: Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, el Ebro… pero no hay una provincia libre de este peligro latente. El primer puesto se lo lleva Teruel (3.693 artefactos), seguida de Asturias (2.283), Madrid (2.277), Tarragona (2.194) y Castellón (2.058).

En contra de lo que cabría esperar, el número de hallazgos no decrece con el paso de los años, sino que se mantiene estable en torno a poco más de un millar anual, con picos que responden al descubrimiento de una partida especialmente voluminosa (como las 538 granadas de mortero halladas en julio de 2017 en un acuífero de Teruel) o la llegada de la fiebre de la construcción a terrenos que fueron en su día campo de batalla.

Según explica el teniente, en las zonas rurales la mayoría de los hallazgos los realizan senderistas o pastores, que se topan con artefactos desenterrados por la lluvia, mientras que en las ciudades salen a la luz cuando las máquinas remueven la tierra de un solar para edificarlo. También han hallado proyectiles en casas aisladas, ocultos en falsos techos o en huecos entre los muros, como si sus moradores los hubieran guardado para usarlos en caso de ser atacados.

El mayor peligro son los coleccionistas, que se los llevan a casa sin ser conscientes de la carga mortífera que transportan. Incluso la carcasa de un proyectil, roto y en apariencia vacío, que algunos usan de florero, puede tener una base con pólvora.

Los artefactos más numerosos son las granadas de mano (13.219), seguidas por los proyectiles de artillería (12.959), la mayoría rompedores de 75 y 105 milímetros. Les siguen las granadas de mortero, las más frecuentes de 81 milímetros (6.080); y las espoletas (1.267). La cifra más baja (645) corresponde a bombas de aviación, italianas (legionarias) o alemanas (negrillas), pero son también las que tienen más carga explosiva: el 75% de su peso es TNT.

Inicialmente iban cargados de trilita, pero a medida que avanzó la guerra, se rellenaban con el explosivo más a mano; e incluso algunas bombas de aviación eran proyectiles de artillería a los que se ponían aletas.

A principios de mes, al guardia Eusebio Rodríguez, 36 años de artificiero, le tocó ir a Loranca de Tajuña (Guadalajara) porque un vecino había encontrado una granada. Se quedó pálido cuando el descubridor del artefacto le explicó que debía tener una pieza suelta porque al agitarlo sonaba algo dentro, Pudo haber volado por los aires.

Algunas bombas son incluso anteriores a la Guerra Civil. En marzo de 1985, un arrastrero pescó en el golfo de Vizcaya dos bombas de la Primera Guerra Mundial y las llevó a puerto. Cuando el equipo de la Guardia Civil comenzó a desactivar la primera, salió una emanación de gas que intoxicó al agente y le mantuvo cuatro días hospitalizado. Era una bomba química. Afortunadamente, cuando se escapó la nube tóxica estaba lloviendo, por lo que no se dispersó. Sin tocarlo siquiera, el segundo proyectil fue arrojado a una sima en el fondo del mar.

PROHIBIDO TOCAR, PELIGRO DE EXPLOSIÓN

La Guardia Civil no se cansa de repetir que cuando alguien se encuentre en el campo algún objeto sospechoso de ser un artefacto no debe tocarlo bajo ningún concepto y, mucho menos, transportarlo. Lo que hay que hacer es marcar con alguna señal el lugar del hallazgo y llamar al 062. El protocolo que usa el instituto armado para este tipo de artefactos no pasa por desactivarlos, sino por destruirlos con un cebo. Si es posible, en el propio lugar donde se encuentre, y si no fuera viable, en el sitio más próximo que reúna las condiciones de seguridad.

Estas incluyen buscar una hondonada donde colocar el artefacto y situarse a una distancia mínima de 200 a 300 metros, a cubierto tras accidentes del terreno o con sacos terreros.

Los artificieros de la Guardia Civil utilizan trajes especiales para explosionar los artefactos, mantas antiexplosivas y remolques por si hace falta transportarlos, pero no robots. Se reservan para desactivar bombas.

elpais.com

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